Apuntes sobre el AfCFTA
¿Qué debemos saber sobre el área de comercio más grande del mundo?
Imagen: Libre Mercado
A pesar de que África es uno de los continentes menos afectados por la COVID-19, no se ha podido librar de la recesión económica mundial provocada por la pandemia. Si bien es cierto que las situaciones no son las mismas para todos los países, esta crisis ha puesto de manifiesto la necesidad de superar la dependencia africana de los mercados exteriores y la incapacidad de crear empleo en sectores económicos formales.
En este sentido, la Zona de Libre Comercio Continental Africana (AfCFTA, del inglés «African Continental Free Trade Area»), que se puso en marcha en enero de 2021, proporciona una plataforma para cambiar «la suerte económica» del continente, como señaló el presidente de Sudáfrica. En efecto, este acuerdo no solamente pretende desmantelar el modelo económico colonial mantenido durante los últimos 50 años, sino que también aspira a establecer la mayor área comercial del mundo desde la fundación de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
No obstante, materializar todos estos deseos depende de una clara voluntad política. La heterogeneidad en términos de desarrollo e intereses no juegan precisamente a su favor, y es muy probable que haya una clara división entre ganadores y perdedores de este proyecto. Aunque por el momento el acuerdo ha despertado una enorme ilusión, está por ver cómo se consolidan los siguientes pasos.
En un escenario en el que el multilateralismo se va poco a poco desgastando y Europa y Asia son referentes en el comercio intrarregional, el haber creado un tratado de tal envergadura como el AfCTA es una decisión muy valiente, pero no exenta de riesgos. Por primera vez, tras años de hegemonía de las REC («Comunidades Económicas Regionales», bloques caracterizados por los solapamientos territoriales, que han limitado su eficacia) en los países africanos, el continente africano ha puesto sobre la mesa unos objetivos muy ambiciosos: la creación de un mercado único, así como un área de libre circulación de personas y, más adelante, el establecimiento de una unión monetaria. Además, como indica Carlos Lopes, alto representante de la Unión Africana para la Unión Europea, existen otras metas que también guiarán el proyecto: la eliminación de aranceles, la accesibilidad a las necesidades básicas, la búsqueda de aliados internacionales, la integración de infraestructuras, y el fomento de la industrialización verde y las inversiones de terceros países.
A pesar del gran potencial del proyecto, aquellos que confían en este tratado tienen muy en mente aquello de que las prisas no son buenas, pues los frutos no serán palpables hasta dentro de al menos dos años. Según un estudio del Banco Mundial publicado el 27 de julio de 2020, la puesta en marcha plena permitiría a corto plazo, entre otras cuestiones, la salida de 30 millones de africanos de la pobreza extrema, un aumento del 7% de los ingresos fiscales en el continente hasta 2035, y favorecer un avance notable de los salarios, con mayor incidencia en el caso de las mujeres (+10,5%) que en el de los hombres (+9,9%).
Sin embargo, como bien es sabido, el «libre» mercado resulta poco favorecedor en situaciones de competencia imperfecta (oligopolios, información no transparente, barreras de entrada en el mercado, etc.). Por este motivo, como indica la antropóloga Brenda K. Kombo, «históricamente la agenda neoliberal no ha sido buena para el continente». El fracaso de los programas de ajuste (SAP) impuestos por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional entre los 80 y los 90 está todavía muy presente en la memoria de los intelectuales africanos, quienes aún sufren los efectos de los recortes en servicios sociales y la incipiente desigualdad, sobre todo para las mujeres.
Un mercado «libre» podría acentuar aún más la desigualdad en el continente
En el contexto africano, el tamaño heterogéneo de las economías, la existencia de numerosos acuerdos comerciales bilaterales, la coincidencia de acuerdos regionales, niveles divergentes de desarrollo industrial y diversos grados de apertura suponen grandes obstáculos que convertirían la competencia «libre» en un concepto un tanto irrisorio. De hecho, un mercado «libre» africano podría agravar la desigualdad ya existente: mientras que países como Sudáfrica cuentan con una gran ventaja comparativa, ya que tienen una infraestructura portuaria y terrestre desarrollada, muchos otros, como Malawi o Madagascar, ni siquiera consiguen expandir sus productos en el mercado interno. Si estas cuestiones no se abordan, este proyecto tan prometedor podría incluso empeorar la vida de muchos ciudadanos.
En definitiva, después de muchos años de esfuerzo, la Zona de Libre Comercio Continental Africana ha tomado forma en un escenario caracterizado por la incertidumbre y la apuesta cada vez mayor por el desmarque de grandes acuerdos. Mientras para algunos ha despertado grandes ilusiones, y esperan que este proyecto cambie definitivamente las oportunidades de África, para otros países africanos podría suponer la peor de sus pesadillas. Lejos de lograr la mejora de su posicionamiento mundial y de sus condiciones de vida, podría aumentar las brechas ya existentes en el continente. Sin negar que esta zona comercial posee un plausible potencial, que podría materializar el sueño panafricanista de la Unión Africana, no cabe olvidar que cada país constituye una realidad muy distinta.Obviar esto podría suponer un futuro desolador para el continente.