Diplomacia Feng Shui – RealPolitik
Tasio Ayensa Sánchez
Imaginen un espacio diáfano, elegantemente decorado de acuerdo con un estilo minimalista, ni sobrecargado ni vacío, que parece invitar al equilibrio. Que impele a los curiosos observadores a entrar y a disfrutar de la supuesta armonía que ofrece, pero que al mismo tiempo se muestra inalcanzable, inalterable por la acción de estos. Una estancia así bien podría ser la aplicación de un antiguo sistema filosófico taoísta al interiorismo y a la organización de los espacios, el Feng Shui (风水).
Literalmente ‘’viento y agua’’, se trata de un lejano sistema de creencias que busca ordenar correctamente los hipotéticos flujos de energía que nos rodean mediante una adecuada distribución del espacio, para influir positivamente en la energía de las personas. A menudo es curioso observar como la gran mayoría de las creencias actuales y pasadas de una cultura parten e influyen, en una especie de eterno ciclo de retroalimentación, del sustrato sociológico que dicha comunidad utiliza, en palabras del antropólogo Melville Herskovits, para adaptarse a las complejidades del mundo en la que nació. No es de extrañar que una sociedad como la china cuente por lo tanto con tantas expresiones culturales basadas en el equilibrio, por encontrarse situada en una amplísima y complicada zona geográfica del planeta, habitada por multitud de grupos entre los cuales solo podía implantarse con expectativas de futuro la armonía, incluso aunque esta fuera utilizada como pretexto por el grupo dominante.
Entre la reinante complejidad de la sociedad internacional de hoy, multipolar por naturaleza, en la que destacan posturas y estrategias de política exterior basadas en el soft power y el hard power, comienza a asomar la concepción diplomática de China. Novedosa por orientalista dentro de una disciplina casi por completo occidentalista (e, incluso, anglófona), la diplomacia china parece encontrarse al borde de ambos conceptos, sin llegar a poder ser categorizada con garantías en ninguno de ellos. Al mismo tiempo que puede hacer uso de instrumentos del hard power tan emblemáticos como los conocidos ‘’palos y zanahorias’’ económicos y militares de Joseph Nye (por ejemplo, durante sus reclamaciones de soberanía del mar de China Meridional), es capaz de poner sobre la mesa acciones diplomáticas tan inocuas para la opinión pública como la promoción cultural, ejemplo del soft power, con resultados tan evidentes como los que pudieron observar los madrileños durante el pasado año nuevo chino en la capital, donde incluso los trenes de metro celebraron el acontecimiento.
Sin embargo, categorizar la acción exterior china de este modo es un ejemplo evidente de etnocentrismo. Embebidos en la globalización de los valores occidentales, los teóricos internacionalistas tratan de categorizar la actuación internacional china y se desploman confusos cuando esta encaja en varias de sus categorías al mismo tiempo. La diplomacia china exige ser comprendida en sus propios términos para evitar ser malinterpretada. Al partir del mismo sustrato sociológico, la política exterior china puede asimilarse a gran parte de las expresiones culturales de esta sociedad, no necesariamente existentes en otras regiones del globo. De esta forma, conceptos como el equilibrio entre actores, el paternalismo presente en las relaciones jerárquicas, tan extendidas en gran parte de las culturas orientales, o un arraigado sentido de la territorialidad definen los principios que rigen la visión exterior china.
Una visión que podría asimilarse, de forma un tanto metafórica, al Feng Shui. Una diplomacia minimalista que, al lidiar únicamente con aquellas cuestiones que la pueden beneficiar directamente, evita entrar en conflicto directo con los valores occidentales, como la defensa del medio ambiente (no olvidemos que China es el país más contaminante del planeta, prácticamente doblando las emisiones de CO2 de EE. UU.), así como la defensa de los derechos humanos (valgan como ejemplo de su violación los campos de confinamiento de Xinjiang). De igual modo que ocurre con el feng shui, la correcta ordenación de unos elementos escasos, cuidadosamente seleccionados, produce una sensación de armonía en el receptor.
Una diplomacia preocupada más por la imagen que proyecta en el exterior que por el contenido del interior, adecuadamente maquillado. La China de Xi Jinping se percibe a sí misma como el resultado exitoso de un largo y complejo proceso histórico, como el último remanente de las ‘’grandes civilizaciones’’ del pasado, que, de acuerdo con el materialismo histórico socialista, ha acabado constituyendo una sociedad única. Una nación que debe mostrarse invulnerable e inalterable ante la sociedad internacional por su inmanente unicidad. Una vez más, de forma similar al feng shui, la perfección de la distribución del espacio entra en directa contradicción con su posible modificación, por inmejorable.
Promoviendo una concepción y una imagen tal, la diplomacia china busca retratarse como extensión de una nación con una posición por derecho en el sistema internacional, aspirando incluso al liderazgo global, sin que las tachas que pudieran atribuirse al régimen autoritario que la dirige entren apenas en la ecuación. En el Feng Shui, el concepto del Yin y el Yang cobra un nuevo significado al aplicarse al interiorismo. De igual modo ocurre con la diplomacia. El Yang representa lo luminoso, lo expuesto; lo que debe ser enseñado a los visitantes para causar la mejor impresión e influir positivamente en sus flujos de energía. Por ejemplo, la entrada de la vivienda, el salón o la cocina. Es decir, la promoción cultural, la ayuda al exterior, los grandilocuentes actos públicos del gobierno o la recientemente exitosa gestión del coronavirus. Por el contrario, el Yin se identifica con lo oculto, lo privado. Desde una óptica interiorista estaríamos hablando de los baños o los dormitorios. Desde una perspectiva diplomática, de los ya citados campos de internamiento para los musulmanes, la vigilancia a la que se somete a la población o la autoritaria dirección política del país, antítesis de un gobierno democrático. Mostrar a un visitante dichos espacios de la vivienda no solo se considera contraproducente, sino de mal gusto.
Que la imagen popular de China haya mejorado inmensamente a lo largo de los últimos años, y en especial del último mes, con su disposición a contribuir a la resolución de la crisis del coronavirus en el exterior, que cada vez más actúe en calidad de igual a EE. UU. en la sociedad internacional y que haya conseguido borrar el indeleble estigma de ser la última representante del comunismo internacional demuestra la eficacia de su concepción de la diplomacia. Solo cabe preguntarse si, tras incorporarse victoriosa de su asalto a los cielos, China podrá adaptar su acción exterior para mantenerse en el pedestal.