Conversaciones en un portal
Es viernes, acaban de dar las 11 de la noche y no tenemos cena. La nevera de un apartamento compartido tirita y no ofrece ninguna alternativa atractiva. Es viernes, hemos bebido cervezas y aprovechado el tiempo de tarde que nos ha permitido la facultad y las prácticas para pasar un rato en el parque. Pero a las 11 a casa, el estado de alarma obliga. No tenemos cena y la nevera no ofrece alternativa atractiva. Vivimos en el extrarradio de Madrid. O de Barcelona. O de Valencia. Ahora mismo no caemos, pero tampoco importa mucho. Mi compañera de piso coge el teléfono móvil, porque se nos ha antojado una pizza. Pagará ella en metálico, pero ya nos exige el Bizum como prueba de nuestro compromiso. Las prácticas dan para lo que dan y todavía nuestras familias nos pagan el pisito compartido de extrarradio.
Es viernes, acaban de dar las 11 de la noche y todavía no hemos cenado. Esta noche hay trasiego. Estamos aquí reunidos en la puerta de esta pizzería de la que deberemos llevar varios pedidos esta noche. Recojo la pizza y echo a rodar. Es viernes y todavía no he cenado. La tarde ha sido tranquila, he podido descansar algo en aquel parque de allí con unos amigos. Me han contado que les acaban de coger en una fábrica de Inditex del extrarradio, preparando envíos. Al lado, decían, hay otra igual de Amazon. Poca luz, techos altos de chapa, hileras infinitas de productos en stock. Los viernes son especialmente peligrosos por las calles de la ciudad. Demasiadas prisas, demasiado Audi embalado y con el tubo de escape modificado, tonante, demasiado pitido y demasiada maniobra brusca para salir de las rotondas. Mira que me acabo de comprar una bicicleta de montaña eléctrica para ganar estabilidad y autonomía, pero ni con esas.
Es viernes, acaban de llamar al timbre, mi compañera de piso se acerca a abrir y yo me entretengo rematando unos informes para las prácticas. Este año acabo la carrera. Mi compañera de piso encadena contratos en prácticas, la experiencia no da de comer y el sueldo es mísero. Yo me he planteado empezar a trabajar en un supermercado cuando acabe las prácticas que estoy haciendo. Es viernes, hace un rato dieron las 11 de la noche y estoy trabajando mientras mi compañera de piso recoge nuestra cena.
Es viernes, acabo de llamar al timbre del 3º interior B derecha. Me abren, subo. No hay ascensor. Entrego la pizza, me pagan y me voy. En la puerta, entre los contenedores, hay una montonera de libros. Les echo un ojo. Toca hacer tiempo hasta que me llegue otro pedido, me he alejado del centro y tan lejos del meollo la demanda es menor. Yo ojeando unos libros, quién lo iba a decir, yo que no entraba en ninguna clase del instituto, a mí que me mandaron a programas de diver(sificación) desde 3º de la ESO.
Es viernes, agotadas, hemos cenado. ¿Netflix? Demasiadas pantallas usadas a la vez. Llamo a mi hermana, que no acepta dejar de ver la serie del momento. Acabamos viendo falsos reality shows latinos en YouTube. Unas risas, a fin de cuentas. Suena el móvil, lo miro. Notificación de un correo de la facultad: “noreply”, CALIFICACIÓN: NOTABLE 8. Alivio. Puñetera optativa de última hora. Mi compañera de piso habla de no sé qué de un chaval de Tinder y su descripción patética que lee a carcajadas. Hemos dejado de lado el reality de YouTube, programa tras programa en reproducción automática, para echar mano de nuestros móviles. Twitter me entretiene la noche con un meme de un barco encallado, una grúa que intenta, inútil, hacer que se mueva y una ocurrente reflexión sobre la realidad socioeconómica de la juventud.
Es viernes, y todavía no he parado a cenar. Desde la puerta de aquel piso miro la avenida principal de aquel barrio de la periferia, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, la medianoche gris. ¿En qué momento se había jodido todo? Dudaba si pensaba, leía, o se encaminaba hacia su siguiente entrega. El libro que había ojeado reposaba en su montonera original.