Entendiendo a los antivacunas: ¿de dónde salen y en qué se basan los negacionistas?

El debate sobre si las vacunas son buenas o no pasaba desapercibido hasta hace poco tiempo. Sin embargo, la pandemia de covid-19 y la desinformación ligada a ella ha contribuido a reavivar las teorías negacionistas.

La vacunación es, con toda probabilidad, el avance en salud pública que más impactó sobre la mortalidad infantil en el siglo XX. Aun así, los escépticos ya existían desde finales del siglo XVIII, después de que Edward Jenner desarrollara la primera vacuna para la viruela. Es cierto que, por aquel entonces, los efectos secundarios eran mucho más desagradables y persistentes, sobre todo porque la medicina no estaba tan avanzada y se aplicaban en condiciones mucho menos higiénicas (y, con todo eso, ponérsela era mejor que no hacerlo).

En 1998, el exinvestigador británico Andrew Wakefield consiguió que la revista médica The Lancet publicase un artículo que asociaba la vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubeola) con el autismo. Pronto se demostró que el artículo era un fraude, puesto que la muestra en la que sea había basado era muy pequeña y su autor había manipulado los resultados para ajustarlos a su teoría. En 2010, Wakefield perdió el derecho a ejercer la medicina de por vida, pero ya era tarde: los movimientos antivacunas se habían dispersado por todo el mundo.

Ahora, la teoría antivacunas está otra vez en boca de todos. La situación que vivimos a causa del covid-19 es excepcional y no son pocas las personas que se han cuestionado el verdadero origen del virus. Hay quienes afirman que la pandemia es una trama secreta dirigida por una élite global cuyo objetivo es enriquecerse a base de vender vacunas contra la enfermedad. En esto se basa precisamente el documental Plandemic. Aunque ha sido retirado de las principales plataformas por difundir toda clase de bulos, recibió cerca de 8 millones de visitas en su primera semana y fue promovido por páginas de la derecha estadounidense vinculadas a organizaciones negacionistas.

Seguramente, ahora mismo estarás pensando lo mismo que yo. ¿Con facilidad de acceso a la información que hay hoy en día, como es posible que exista este tipo de colectivos? ¿Cómo es posible que haya personas que en pleno siglo XXI desconfíen de un invento tan bueno, que tantos millones de vidas ha salvado? Es difícil meterse en la mente de un antivacunas, pero podemos intentarlo.

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Lo primero que hay que tener en cuenta es que quienes defienden este tipo de teorías buscan incansablemente la verdad. Suelen ser personas que no se conforman con lo que ven en los medios, que buscan algo más allá. Gente que, como todos, ha visto como la pandemia ha trastocado su vida y necesita encontrar a alguien que asuma responsabilidades.

Los escépticos pueden situarse a lo largo de todo el espectro político, pero está claro que en su mayoría se trata de ciudadanos con una ideología ‘antigubernamental’. Personas que defienden su libertad personal por encima de todo y que rechazan las medidas impuestas por el Estado, aunque esto implique poner en peligro la vida de otros.

La pandemia ha provocado que las mascarillas, la cuarentena o el toque de queda se hayan incorporado a vocabulario diario. Desde que se empezaron a conocer los primeros casos, se han publicado cientos de miles de noticias con información relativa a la Covid-19. Qué hacer y qué no hacer, métodos (algunos de dudosa eficacia) para protegerse de la enfermedad… Es incontable el número de fake news al que hemos estado expuestos este año.

Ya sabemos que la digitalización de la información y las redes son una parte esencial de nuestro día a día y traen aspectos muy positivos, pero no podemos olvidarnos de su cara B. Ahora, es más fácil que nunca hacer pasar por verdaderas toda clase de historias o teorías sin ninguna base científica. Y esto ha beneficiado particularmente al colectivo antivacunas, que ha aprovechado el caos informativo para hacerse notar. Claro está, siempre hay alguien al otro lado que conecta fácilmente con este tipo de conjeturas.

Los negacionistas de las vacunas tienen argumentos de toda clase, por ejemplo, que el virus ni siquiera existe o que se trata de una enfermedad inflamatoria y no respiratoria (y, por tanto, las mascarillas no nos protegen). Hay quienes han relacionado incluso la pandemia con el desarrollo del 5G y afirman que la vacuna podría implantarnos algún método de control que funcionaría gracias a esta tecnología.

Otros defienden firmemente en que el virus es sintético, producto de un laboratorio, y que forma parte de una conspiración para mantener controlada a la población mundial. Esto se enlaza con la rapidez de desarrollo de la vacuna: el que haya otros virus que llevan décadas conviviendo con nosotros de los que todavía no se dispone de cura ha hecho saltar las alarmas dentro de estos colectivos.

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Algo irónico, cuanto menos. Vivimos en una sociedad donde constantemente estamos regalando nuestra información personal. Todos los días damos datos nuestros a cambio de usar ‘apps’ y redes sociales de forma “gratuita”. Si alguien superior quisiera controlarlos, desde luego, no le haría falta una vacuna.

Desafortunadamente, la polémica con la vacuna desarrollada por AstraZeneca — aunque ya se haya avalado y anunciado que se continuará la campaña de vacunación con la farmacéutica — podría haber contribuido a alimentar estas teorías. Además, muchas veces son también los medios de comunicación los que contribuyen a sembrar el pánico, sacando conjeturas precipitadas y sin contrastar datos.

La aversión hacia las farmacéuticas es, de hecho, uno de los pilares de las teorías negacionistas. Es cierto estas empresas pueden no tener muy buena imagen entre la población en general, pero no por ello debemos dejar de confiar en los medicamentos.

Otro posible perfil del antivacunas incluye a todos quienes deciden no vacunarse por motivos religiosos (los virus son naturales y los seres humanos no deben intervenir en su propagación) o razones ‘naturistas’, sostenidas por los seguidores de la medicina y las terapias alternativas. La medicina no convencional tiene también una legión de seguidores, aunque sus bases suelen ser muy débiles. Es la ciencia la que nos está permitiendo superar enfermedades que antes eran mortales, la que nos ayudado a ser más longevos y a aumentar nuestra calidad de vida.

La parte mala es que todos, en mayor o menor medida, somos susceptibles de creernos las fake news. Tenemos más medios que nunca para estar al día y aprender sobre todo lo que nos interese y, aun así, caer en la trampa extremadamente fácil. La desinformación es precisamente lo que incentiva a los detractores de las vacunas a distribuir sus mensajes, y no solo a través Internet: muchas personas pertenecientes a este colectivo son madres o padres, por lo que transmiten esta ‘enseñanza’ a sus hijos.

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Además, hay un puñado de figuras públicas que siguen esta corriente, desde políticos (todos sabríamos citar al menos uno), actores e influencers — estos últimos extremadamente peligrosos por su poder para influir en las generaciones más jóvenes.

Aun así, siguen representado un porcentaje minoritario. Pero esto no quiere decir que sean menos peligrosos. Una cosa son las conspiraciones sobre alienígenas o el ‘terraplanismo’; a fin de cuentas, son teorías más inocentes. En cambio, los anticavunas sí suponen cierta amenaza para la salud pública. Lo que nos queda es la educación: combatir la desinformación con información es la única cura para la propagación de estos movimientos.