España y la Unión Europea ¿Qué cabe esperar?

Artículo invitado de The Political Room. Por Yago Rodríguez Rodríguez.

En 1989, la Caída del Muro pone punto y final a la conflictiva etapa que comenzó en la Primera Guerra Mundial, continuó con la Segunda Guerra Mundial y prosiguió con la amenaza de la aniquilación nuclear europea durante la Guerra Fría.

Los años 90 fueron la década del optimismo: intervenciones para proteger el Derecho Internacional en Kuwait, Somalia, los Balcanes… Un tal Fukuyama, incluso, se atrevió a pronosticar el “fin de la historia”. El comercio y las interrelaciones hacían imposibles los conflictos, lo que se sumaba a un crecimiento tecnológico sin parangón y a una intensa mejoría de los indicadores económicos en toda la humanidad.

El nuevo milenio y su primera década: de 2000 a 2010 también mantuvieron buena parte del optimismo original. Sin embargo, los más avispados ya vieron nubarrones en el horizonte: el terrorismo yihadista, el 11-S, las guerras interminables en Iraq y Afganistán….

Eran los años del ladrillo en España, y del avance hacia el este de la Unión Europea: numerosas exrepúblicas soviéticas como Rumanía, Bulgaria o las repúblicas bálticas se sumaban al tren europeo.

Entre 2004 y 2005 el optimismo y la valoración de la UE alcanzaron sus mayores cotas. Fue el año del referéndum por la Constitución Europea. España celebraba este hecho como una fiesta en la que se daba por sentado que el tren europeo seguiría adelante, como siempre lo había hecho, hacia una mayor integración.

Y llegó el jarro de agua fría. Varios países, entre ellos Holanda, que votó “tegen” (NO) a la Constitución Europea con un 61% de los votos, rechazaron el camino constituyente. La cuna del liberalismo, fundadora del BENELUX y hasta pionera en el consumo legal de marihuana rechazaba el colmo del progreso… O al menos así se percibía en España.

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Lo cierto es que el régimen de Francisco Franco se había apoderado de todo lo relacionado con la “nación española”, incluyendo todos sus símbolos. A ello se sumaba que los vecinos del norte, gracias al fenómeno del turismo y al testimonio de numerosos migrantes, generaron una muy buena imagen de esa Europa tan distante, rica e inalcanzable para la siempre atrasada España.

Los dos fenómenos descritos daban lugar a que la Comunidad Económica Europea (CEE) fuera a la vez una huida hacia adelante y una meta que generaban amplio consenso en la sociedad española. Incluso los sectores más nacionalistas y tradicionalmente progermanos veían en la CEE influida por la Alemania unificada un proyecto atractivo.

Pero el tiempo hace mella hasta en la roca más dura. La crisis de 2008, las políticas monetarias restrictivas, el rescate, los recortes, la precariedad… A pesar de todo ello, y de que la Unión Económica y Monetaria asociada a la idea de la UE han tenido un peso clave en todos esos hechos, la buena prensa y el prestigio que Europa aún tiene entre los españoles han evitado una gran pérdida de apoyo, sin embargo se aprecian síntomas nada halagüeños.

En primer lugar, España ha sido una víctima más del proceso de pasividad ante las instituciones europeas, lo que se refleja cada vez que hay una nueva llamada a las elecciones europeas, que baten récords de baja participación. La UE no suscita sentimientos negativos, pero cada vez deja más “tibios” a los españoles.

Ni fría ni caliente, hay quienes simplemente la perciben como un lejano, complejo y burocratizado ente sito “allá en Bruselas”, lejos de la vida cotidiana. A la vez, es cierto que cosas como el euro, o en menor medida la Política Agraria Común, son consideradas como algo necesario por el común de la ciudadanía.

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Poco a poco el soterrado movimiento que añora la peseta, se queja de las decisiones judiciales de los organismos comunitarios o considera a Bruselas “demasiado liberal”, gana terreno.

Vox y Podemos, si bien nunca han puesto en sus dianas a la UE, no son partidos de ADN “europeísta”, así que no debemos extrañarnos si poco a poco afianzan y en el futuro catapultan el “anti-UE”, poco importa si al “estilo Brexit” o al “estilo Tsipras”.

En realidad, el gran problema de Bruselas es comunicativo, no hay más que ver las últimas encuestas en que se valora el papel de la Unión en la gestión del coronavirus. Faltan altavoces que hagan oír la voz de Europa entre el maremágnum de medios nacionales y ajenos a la UE, falta hacer comprender a la ciudadanía los beneficios de los que disfrutan y lo bueno que tiene la Unión. Mientras la UE no construya ese altavoz no podrá preservar su buena prensa en España a largo plazo.

Como resumen, no vemos una amenaza directa a la UE en España, pero el efecto erosionador de una mala política comunicativa y ciertos defectos, a veces inevitables, que tiene la Unión pueden acabar por hacer perder a esta uno de sus más sólidos bastiones, España.

Como adendum, queremos apuntar una idea. Construir un Estado-Europa requiere batallar y vencer escollos, y eso supone polarizar, generar bandos y librar una lucha sin cuartel para determinar si la UE puede llegar a ser un Estado o en su lugar es confinada a una mera organización regional de libre comercio. Desde la pasividad, la seguridad y la tibieza poco se progresará, pero desde el liderazgo, el riesgo y la polarización, la UE tendrá tanto la oportunidad de llegar a ser un Estado, como la amenaza de ser poco más que una organización comercial.

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